"Aquellos vieneses no sabÃan que eran tan importantes", escribe José MarÃa Valverde en su prólogo a Afinidades vienesas. Y ya en esa frase se adivina la vocación periférica de una cultura enraizada en el corazón de Europa pero que, más que centro, fue espacio de despedida, nudo de cruces intrincados y centrÃfugos. Inclinada a la desautorización irónica, esa cultura centroeuropea no se reconoce en lo compacto sino en la ambivalencia que provocan la interacción y el contraste de lo heterogéneo. Pero también acompaña al irrumpir de lo amorfo con una creciente atención a lo expresivo. Por eso este libro ("un gran libro europeo", dice Valverde, "que deberÃa contar en toda Europa") se aparta de la tópica visión centrada en la Viena fin-de-siécle. Frente a la tentación regresiva o narcisista, el juego de afinidades que aquà se presenta gravita hacia una "tercera generación" que acoge la vida mecanizada y le da la vuelta como lo hace el arte: combinando el rigor en la determinación del lÃmite y la pulsión a transgredirlo, atendiéndose a las condiciones existentes y enfrentando la desnudez al ornamento compensatorio (o a la décadence en cualquiera de sus variantes: periodÃstica, esteticista, nazi...). Viena es escenario de una pérdida de inocencia que se muestra en ese descenso a lo Ãnfimo. Se trata de un momento terminal y de apertura a mundos posibles, a otras formas de ser hombre o mujer. Lo que antes era esencia racional -y masculina- se hace movimiento, punto liminar donde toda apropiación se ve sustituida por una mirada que bascula entre polos opuestos. Y según la cual el lenguaje reclama la contigüidad del silencio en modo análogo a cómo la tensión utópica oscila hacia lo cotidiano. Con aliento amplio y sostenido, Casals restituye esta aventura intelectual en torno a motivos como tiempo y valor, pureza y sensorialidad o rostro y máscara.