En La anatomía del cambio Diana desnuda su vulnerabilidad a versos y la plasma en fotografías como si las imágenes contenidas en los poemas no fuesen suficientes. Sus escritos son un espejo, una introspección bajo llave, una ventana abierta, pues el cambio tiene la morfología de la dolencia, del miedo, de la tristeza, del enojo, pero también de la calma, del amor, de la libertad y del autodescubrimiento. Nos enseña a no huir del dolor, sino a aceptarlo, sobrellevarlo y, en última instancia, a superarlo, porque muchas veces el cambio también se viste de resiliencia, y estas páginas nos demuestran que con eso también se puede hacer poesía.
Los poemas de Diana Glez tienen una fuerza emocional inherente. Están escritos con algo más que talento: trabajo, oficio, técnica; sin duda, estamos ante una poeta que sabe que a la poesía se le debe respeto, y la nutre de un lenguaje hecho de luz, elegante y alturado. Este libro es un compendio de escritos que nos harán reconciliarnos con la vida, encajando un poema por cada estación del alma.