Hay golpes tan duros en la vida, dijo César Vallejo. El suceso que traumatizó a Alejo Carpentier hasta su muerte fue la desaparición inopinada del padre cuando el futuro novelista contaba con diecisiete años. Georges Carpentier le dejó a Alejo tres dilatadas tribulaciones: la penuria, el acento francés y la madre. La súbita pobreza, luego de una niñez acomodada, hizo de Carpentier un hombre obsesionado por la estabilidad económica por el resto de sus días, algo que ya se transparenta en estas cartas. La porfiada r gutural lo torturó sin cesar, especialmente si pensamos que Carpentier hizo radio en Caracas, y luego pronunció muchísimas conferencias públicas cuando alcanzó la fama. En una de las Cartas a Toutouche dice sentirse cómodo hablando francés en París porque no tengo la obsesión de mi acento (p. 46). La madre fue una carga para Alejo a partir del abandono del padre: tuvo que dejar sus estudios para mantenerse y mantenerla, se desvela por ella desde París y le envía dinero, y la apoya hasta su muerte, aparentemente ocurrida en 1964.
Todo esto se hace patente en esta colección de cartas que Carpentier le escribió a su madre luego de su partida a París en 1928, motivada en parte por la agitación política de Cuba, debida a la dictadura de Gerardo Machado. Carpentier se vio envuelto en algunas de las protestas y escapó a París como resultado, pero también por su ambición de abrirse paso en la capital francesa como escritor. Aunque aburrido y carente de grandes revelaciones, Cartas a Toutouche es un libro que aclara dos áreas oscuras de la vida de Carpentier: su actividad política temprana y la relación con el padre. Hay, además, atisbos dispersos de interés sobre su personalidad y aspiraciones artísticas y económicas.