Los niños bien es producto de la locura. Es una paradoja absoluta. Su existencia aunque esté situada en el año dos mil y pico no tiene fecha, es un libro vació cubierto de alcohol. Los personajes están dados por una mente llena de laberintos sin salida. Puede ser criticada como una novela con instintos finiseculares, pero más bien está adjetivada para fines milenarios. La trama es absurda, vale la pena leerla para conocer lo que hace y deja de hacer un autor con tal de avanzar a un punto claro: el enigma de la sobriedad.
En Los niños bien escuchamos los huecos de una calavera que es síntoma social, ya que la facie de ser uno entre millones de escritores es horrible y nauseabunda, el personaje central de esta especie de novela picaresca se mira en el espejo y se da cuenta de que él es el feo y horrible narcisista por el que vale la pena morir.
Ama su estupidez por encima de todas las cosas porque es suya y de nadie más.