Quien recibe el diagnóstico de lupus se transforma en paciente de una enfermedad que es crónica, autoinmune, degenerativa, incurable y potencialmnte mortal. Además, inicia la inmersión permanente en un mar de discursos que agitará por siempre su sentido de la existencia. A partir de esta metamorfosis vital, la realidad clínica y los territorios en los cuales se inscribirá su ser enfermo reconfigurarán las narrativas personales. Por ello, las personas que comparten sus relatos en este libro son guerreras violáceas, lobas, lepidópteras. Aúllan siempre, con o sin luna. Se lamentan, pero se ponen de pie. Van, en cada uno de sus actos, contra la narrativa que las señaló como pacientes imposibilitadas para sobrevivir, parir, trabajar, tener pareja, salir a caminar... Al hablar sobre la enfermedad desde sus propios discursos, cada relato surca con plena libertad el oleaje de la epifanía mayor que trastoca las identidades pero no las diluye ni las ahoga. Por ello, el lenguaje de quienes escriben esta obra se transforma en un discurso de resistencia. El suyo es siempre un lenguaje de guerra con el que le dicen a la enfermedad: No vas a vencerme. Dejan sus nombres de pila para rebautizarse como guerreras. Se reconstruyen, vuelven a nacer, se alejan del paciente que se supone deben ser. Es decir, cada día, pese a todo, se esfuerzan y son valientes.