Un mito permanente en la literatura es el vampiro y es mucho lo que se ha escrito sobre el simbolismo de la sangre y las imágenes eróticas en esas historias, de igual modo, el arte literario, en muchas ocasiones, ha desposeído al vampiro de la atmósfera de terror que lo caracterizó durante siglos y lo ha dotado de un carácter marcadamente romántico que hizo que fuera visto como una creación de la fantasía aunque de modo maléfico.
El parásito, es una de las grandes obras narrativas del tema, pero en este caso la figura del vampiro se aleja mucho de la imagen convencional, caracterizada por la succión de sangre humana, y, gracias a este distanciamiento, Doyle hace resaltar vigorosamente una faceta esencial de la literatura sobre vampirismo: la enajenación anímica y la succión de la personalidad por fuerzas malignas. Aquí el autor entrelaza y asocia la narración a otros tres grandes temas del horror: el magnetismo animal, la posesión demoniaca y la obsesión. Se combina el vampirismo con la obsesión del mal y hay una inclinación homicida identificada con la voluntad de destruir el mal que se adueña de la propia alma. El magnetismo animal lo emplea para inducir, controlar y orientar la pasión amorosa, trazando una relación amo-esclavo entre el ser dotado de poderes paranormales y su víctima. Todos estos elementos magistralmente combinados hacen resaltar la magnitud del horror, en El parásito es la que se transforma en fuerza maligna.
El vampiro de Sussex, obra con la que Doyle completa su producción en el campo del vampirismo, tiene al inolvidable Sherlock Holmes como protagonista, quien se ve envuelto en un misterio cuando acude a ayudar a un hombre que se da cuenta cómo se bella esposa ha atacado a su hijo mayor y a su bebé, succionándoles la sangre. En esta obra, se dan las características opuestas a las de El parásito y utilizando gran variedad de recursos imaginarios permitirá al autor abordar el tema desde dos ángulos diametralmente opuestos, sin que por ello haya detrimento en el interés de lo narrado.