Cuando Ferdinand Lassalle esbozó este ensayo, ahora convertido en un clásico de los textos políticos occidentales, la búsqueda de una Constitución que adecuara las exigencias de la vida política de las naciones, y sus urgencias sociales y económicas, era un reclamo generalizado en toda Europa, cuando menos. La inquietud paralela en las naciones americanas no debe tampoco desdeñarse, pero en ciertamente un reflejo de la idiosincrasia imitativa de sus élites.
Lassalle sale a la palestra defendiendo las cualidades históricas y programáticas que una buena Constitución provee, sancionando otras utopías revolucionarias rupturistas, y restaurando el valor de los textos constitucionales que respetan idiosincrasias y programas nacionales al servicio de la totalidad ciudadana.
Por el momento en que fue escrito este valioso ensayo, por las fuerzas en juego que salió a combatir y por el valor de siempre de sus enunciados, este texto sigue siendo un punto de partida del ensayo político, debe figurar en la formación de todo buen ciudadano, y de todo estudioso de la cultura política.