Para escribir este relato de un náufrago que sobrevive en una isla desierta, el periodista Defoe se inspiró en historias de náufragos reales, especialmente en la del capitán español Pedro Serrano y la del marinero escocés Alexander Selkirk, a quien Defoe llegó a entrevistar, y de hecho la primera edición de la novela apareció como si se tratara de las memorias anónimas de un marinero. La novela narra las aventuras de Robinson Crusoe, un caballero inglés de York que, perdido en una isla desierta, pone todo su empeño en la supervivencia, enfrentándose a las adversidades y ejerciendo su dominio sobre la naturaleza hostil para construir desde cero su civilización, pleno de energía y optimismo. Por ello la obra pronto se convirtió en un emblema de la época: escrita tras el fin de la «crisis de la conciencia europea» que preparó la Ilustración, Robinson Crusoe narra el nacimiento del nuevo hombre que forja de la edad contemporánea que empezaba a alborear. No sólo por el espíritu del colonialismo o por la inquietud viajera y explotadora, sino también por su dramatización de la separación radical del ser humano con Dios y el universo, el triunfo del racionalismo y la ruptura del vínculo con lo trascendente. Para el nuevo Robinson, no existe mesura ni límite posible a la capacidad del hombre para dominar su entorno, para conquistar y transformar el mundo.
Daniel Foe (1660-1731), más conocido por su seudónimo Daniel Defoe, ostenta el título de «padre de todos los novelistas ingleses». En efecto, fue él quien recogió el testigo de Cervantes, para un siglo después del Quijote dar carta de naturaleza universal al género literario de la novela moderna con su Robinson Crusoe. No obstante, cuando en 1719 dio a la imprenta su obra maestra, Defoe era un hombre de sesenta años que llevaba ya más de veinte escribiendo artículos en los periódicos y panfletos sobre economía y política. Pionero como articulista, pues la prensa era la novedad del siglo, y como militante político en el momento en que nacían los primeros partidos políticos y Defoe militó en los dos existentes en Inglaterra, realizando según parece labores de espionaje y contraespionaje, Defoe abrió nuevos cauces a las letras, pues a su exitoso Robinson, siguieron otras tan notables como la picaresca Moll Flanders o el sobrecogedor Diario del año de la peste, anticipándose en más de medio siglo a los relatos góticos o los primeros relatos del romanticismo.