Se calcula que doscientos millones de personas hacen el amor cada día en todo el mundo. Si ese dato es cierto, seguro que son muchas más las que lo han intentado y otras tantas las que practican el sexo en otras modalidades. Lo curioso es que habiendo toda esa gente que a diario piensa siempre en hacer lo mismo, el diseño de todo lo que está relacionado con el sexo no sea mucho más prolífico y de calidad. Más aún si caemos en la cuenta de que entre ese montón de gente que refleja la estadística también tiene que haber un buen número de diseñadores. A los menos pudorosos ya los conocemos: por citar algunos, Ettore Sottsass, Jordi Torres, Fabio Novembre, Carlo Mollino, Ingo Maurer, óscar Tusquets, Peret, Max Kisman o Ana Mir, para que no se diga que este tema es sólo cosa de hombres, pero hay muchos otros que todavía no han salido del armario. Quizás se animen a hacerlo si por fin la industria del sexo, que mueve fortunas, se decide a emplearlos para mejorar su comunicación y sus productos. ¡Lo que podríamos llegar a disfrutar! ¿Se imaginan, puestos a imaginar, un dildo diseñado con la maestría de Achille Castiglione, que fuera capaz, como fue su maravillosa cucharilla de mayonesa, de llegar a lugares donde no se ha llegado nunca? Seguro que Ross Lovegrove, que suele despedir sus cartas deseando al destinatario que tenga estupendos erotics dreams, estaría encantado de poder hacerlo. Por no pensar en lo que todavía puede inventar en el terreno de la moda más íntima alguien como Jean-Paul Gaultier, tan hábil con la alta costura como con los cueros y las hebillas. ¿Y un meublé o una cadena de sex-shops puestos en escena por Bob Wilson? Sería sin duda un gran paso para la cultura sexual. Si un buen día las oficinas bancarias, por poner un ejemplo, dejaron de ser oscuros bunkers para convertirse en lo que son hoy, espacios abiertos y transparentes, también podemos pensar que alguna vez se descolgarán por fin las rancias cortinas de los antros sexuales. Es sólo cuestión de proponérselo. Tarde o temprano los empresarios llegarán a entender que el sexo, aparte de un negocio, también es vida y creatividad. Para ilustrarlo esta publicación se centra muy concretamente en lo segundo. No pretende ser un tratado sobre sexualidad, sino un compendio de la mejor creatividad sobre el tema, que ojalá sirva para reivindicarla y promoverla como una especialidad más dentro de la profesión. Es también un libro para todos los públicos, porque abarca todas las disciplinas creativas: diseño gráfico, publicitario, industrial, de interiores, arquitectónico, de moda... Está estructurado en una decena de capítulos, establecidos -como debe ser- con un criterio muy liberal, donde también tienen cabida aquellos trabajos que son de inspiración romántica.