Durante los gobiernos de Luis Echeverría (1970-1976) y José López Portillo (1976-1982), sistemáticamente se negó que en México hubiera existido una estrategia para eliminar a un sector de la disidencia política, principalmente los grupos guerrilleros, y se construyó la imagen de México como un caso excepcional, que no había formado parte de esa gran familia latinoamericana de regímenes autoritarios y dictatoriales, esta narrativa se mantuvo casi intacta durante los gobiernes subsecuentes.