Ruven Preuk se asoma a la vida entre las primeras llamas del siglo XX alemán. Es un muchacho taciturno y soñador que posee un talento inesperado en el hijo del carretero: sus ojos oyen y sus oídos ven. Percibe los colores del sonido. El encuentro con el violín de un músico errante marcará para siempre el rumbo que le dicta a su destino. Empuñará el arco contra viento y marea, contra el estrépito de las banderas, contra los aullidos feroces, contra sí mismo. Las viejas razones, mientras tanto, se desmoronan a su alrededor. Cuando por fin mire atrás como el ángel de la historia, no hallará cosa en que poner los ojos que no sea recuerdo de la muerte.
Esta novela puede, en,cierto modo, leerse como la elegía de un mundo devastado por los delirios del hombre, pero también como un himno al arte convertido en acto de resistencia, en frágil antídoto de la barbarie. El fuego prende en los campos de Verdún y chispea con rabia durante los años de Weimar para adquirir dimensiones apocalípticas con el nazismo. No termina, sin embargo, tras la guerra porque la melancolía se prolonga a la época en que los motores de la prosperidad acaban definitivamente con los últimos acordes de la antigua tierra. Perdida la batalla, el violinista conservará tenazmente la memoria.