El cuerpo no es tan sólo la tierra que habitamos, o el continente que da vida. Es también guardián de secretos y emociones. Y porque retiene el calor de la mirada, siempre da cuenta del nivel personal de conformidad con que nos vivimos. Sin embargo, en ocasiones, no resulta buen compañero de viaje. Y cuando el cuerpo aparece cual enemigo, quienes se lanzan a la tarea de enterrar su anatomía emprenden la cruzada de borrar lo que no quieren ver, o no desean físicamente ser. Pero en Los viajes de Jano veremos, además, que el cuerpo constituye el escenario en donde se debaten no ya guerras de identidad, sino grandes batallas de ideas. En esos casos, la cultura, con sus portavoces y paladines, se vale del cuerpo humano para recubrirlo con una red de conceptos, valores y prohibiciones.
¿Por qué no somos capaces de vivir a gusto en nuestro cuerpo, por qué no podemos crear una cultura que no aprisione, que no amordace al cuerpo biológico, ¿o es que nuestro destino radica en habitar bajo los mimbres de un techo civilizador que no tolera los rasgos de la corporeidad y, por eso, precisamos de velos y ablaciones?