Corría el año de 1886 cuando fueron leídos por su autor los primeros capítulos de la presente novela, en las sesiones del Liceo Hidalgo. ¡Que hermosas eran entonces las veladas que el Liceo ofrecía los lunes a los amantes de las buenas letras! El salón de sesiones no bastaba para contener la numerosa concurrencia que acudía a escuchar discusiones en que tomaban parte Pimentel, Riva Palacio y otros distinguidos literatos, lecturas amenas e instructivas, discursos razonados y eruditos, o bien floridos y galanos como los de Zambrano, y cuando por lo avanzado de la hora tenía el presidente que dar por terminada la reunión, todos lamentaban tener que esperar hasta el próximo lunes para volver a disfrutar otras horas de tan grato esparcimiento. La prosa nítida de Altamirano, las descripciones llenas de encanto y de verdad que nos transportan a las feraces comarcas del sur, la pintura, el retrato, diré mejor, de los guerrilleros y bandidos de la época en que se desarrollan los sucesos por él narrados, todo hace de El ZARCO un libro ameno e instructivo. Instructivo, sí, porque si se descarta la fábula de los amores del plateado con la desventurada joven de Yautepec, un historiador puede utilizar como documento cuanto Altamirano refiere sobre las hazañas de los bandidos que infestaron durante unos años la región que forma hoy el Estado de Morelos.
Una advertencia al terminar.
Se publica esta novela siete años después de haber muerto Altamirano, y es natural, por lo mismo, que no fallen en ella algunas de esas incorrecciones que se notan al revisar las pruebas de imprenta, cuando el autor mismo desempeña esa tarea.