Una de las mayores virtudes de El buen negro consiste en algo que Adolfo Caminha logró descubrir o intuir: los homosexuales no son estereotípicos: nada más lejos de la figura lánguida y refinada de los personajes proustianos; nada más lejos de los hipersensibles e inteligentes protagonistas de las novelas de Forster y Gide; nada más lejos de los jotos del cine mexicano sesentero, que el negro Amaro, Bom-Crioulo: borracho, parrandero y jugador, pero también ingenuo, generoso, tierno, enloquecido por el amor.