En El hombre rebelde, Camus sigue la línea del pensamiento existencialista, centrado en la noción del absurdo como un paradigma que expresa la condición humana en su generalidad y que, al traducirse en la vivencia particular, da lugar a un estado de ánimo y una actitud propia de la oposición ante una realidad que parece tener un orden y un sentido en sí misma, pero que excluye al individuo en su devenir lógico, pues en este no cabe la conciencia reflexiva, la creación particular y la interpretación propia del mundo.