Las buenas obras eróticas están impregnadas de amor y erotismo, amor para llenarnos de olores y erotismo para hacernos vibrar hasta el éxtasis, tal como lo hace Georges Bataille en sus novelas eróticas, las cuales sumergen al lector en la seducción, las sensaciones y el sexo que están a flor de piel. El imaginario de este autor nos lleva a unos encuentros eróticos que desbordan los límites y nos hacen vivir la escena.
Mi madre es una narración simbólica en la que Bataille hace que el dolor y el libertinaje violen sus límites y lleguen a la trascendencia. Según este autor, la madre es uno de los muy diversos caminos que existen para llegar a Dios, ya que el amor de Él es una idea más familiar y menos desconcertante que el amor de un elemento sagrado; aunque el erotismo situado más allá de lo real inmediato está lejos de ser reducible al amor de Dios.
En esta novela, aparecida póstumamente (1966), queda claro que el único modo de describir a la madre como personaje erótico es presentándola obscena y provocadora. Hay en ello un rasgo obsesivo algo sorprendente: la conducta del narrador hacia su madre es la misma que la del obsceno que no puede citar el nombre de Dios o recitar una oración sin incluir una grosería. Para Bataille, el erotismo es la experiencia del límite, la trasgresión por excelencia, el derrumbe del orden de lo posible y el acceso a un reino extasiado en la eternidad de un instante efímero, en pocas palabras: lo imposible.
Es una historia muy cruda, centrada en la relación incestuosa donde libertinaje, erotismo, sexo, locura, religión, homosexualidad y la confusión que muchas veces se presenta en los adolescentes, dejan ver que los extremos se tocan.