Los jugos embriagadores irrumpieron en un mundo apenas estrenado con la castaña del virtuoso Noé y la tonta sutileza tramada por las hijas de Lot para multiplicarse. Ésas fueron las primeras copas. Desde entonces, el líquido elemento mana sin pausa como inductor o bálsamo de casi todas las desdichas. Entre los efluvios del siglo XX destaca una cima del pensamiento etílico: Kingsley Amis. La bebida no fue para él una mera contingencia o un complemento de pasiones más hondas, sino una necesidad perentoria, una alegría autónoma y, a menudo, el único argumento de la obra.
Amis fue además un maestro de ese humor taimado que gastan los caballeros británicos cuando trinchan el pollo, de modo que este libro es el encuentro entre el divino arte de la ironía y una ciencia adquirida tras largos años de paciente exploración. Aquí se cruzan la burla del filósofo y la sapiencia del borracho para impartir doctrina sobre materias tan enjundiosas como la naturaleza ontológica de la resaca, la dieta del briago, los ardides del tacaño o las fórmulas para eludir una borrachera. Aquí se sirve un delicioso coctel de sosa cáustica y experiencia destilada. Pasen y beban.
