En la vida todos corremos en pos de algo, tratamos de llegar a algún lugar y de conseguir ciertos objetivos. Todos nos esforzamos por satisfacer necesidades, deseos y ambiciones.
Por una parte, queremos o nos proponemos alcanzar grandes cosas: una posición social, la salud, el bienestar, el triunfo, la prosperidad, el éxito, la riqueza, el conocimiento, la sabiduría, la admiración y el respeto de los demás, la fama, la gloria, la eliminación del dolor y la angustia, la tranquilidad, la seguridad, el poder y, sobre todo la felicidad...
Por otra parte, también tratamos de conseguir cosas que a los ojos de otros pueden parecer pequeñas pero que, para quien las logra, son importantes, esenciales y, a veces, decisivas.
La vida es una carrera de obstáculos en la que constantemente tropezamos con las mismas piedras... y con otras nuevas. Y muchas veces corremos demasiado rápido o sin necesidad, detrás de objetivos inexistente o inalcanzables. Pero también otras veces no nos animamos a empezar la marcha, no nos arriesgamos a atravesar situaciones difíciles o inciertas o abandonamos la carrera antes de llegar a la ansiada meta.
Solemos vivir con una angustia permanente porque comprobamos que los objetivos supremos perseguidos por nosotros se alejan y disipan como una aparición, y, además, porque tememos perder lo poco o mucho que ya hemos logrado alcanzar.
¿Somos conscientes de todo esto? ¿Por qué nos sucede? ¿Vale la pena y queremos evitarlo? ¿Cómo podríamos lograrlo? ¿Qué hacer para que el esfuerzo por alcanzar nuestras metas no se vuelva contra nosotros y nos impida triunfar? ¿De qué modo impedir que los señuelos se conviertan en trampas? ¿Es posible conseguir nuestros objetivos sin sufrir angustias y ansiedades, en paz y armonía tanto con nosotros mismos como con los demás, disfrutando así de la vida, ese breve pero arduo camino que todos deberíamos recorrer con entusiasmo y alegría?
Su PROPIA respuesta a estas preguntas podrá encontrarla leyendo esta historia y reflexionando acerca de ella.